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Érase una vez.... Tarta de queso



Érase una vez una familia de Cuentistas que vivía en Madrid y cuando tenía tiempo libre cogía carretera y manta y se iban a Cantabria a descansar del ruido, el tráfico y los agobios de Madrid.

Hace años, la mamá Cuentacuentos compró una pequeña casita en Luena, la restauró y aunque al principio tenía pocas comodidades (mas bien ninguna) los hijos Cuentistas subían con sus amigos a disfrutar del silencio, los árboles y el verde.

Recuerdo perfectamente un fin de semana de invierno sin luz y sin calefacción. Hacía tanto frío que para intentar dormir se arroparon con todas las mantas, abrigos, bufandas y todo “lo de tela” que encontraron por la casa, utilizaron hasta las servilletas de cocina. Durmieron poco ya que solo podían dejar fuera de la montaña de ropa la parte de la cabeza que llega hasta la nariz y eso porque suele ser necesaria para respirar.

Ahora la casa tiene luz, demos gracias a las compañías eléctricas por algo, no todo van a ser críticas hacia ellas…

Ya conocéis a la protagonista de éste cuento, es Sonia. La cuñada de la cuentista y hacedora del riquísimo cocido madrileño.
Vaya por delante que Sonia es una de las personas más miedosas del mundo.

No queda más remedio que describir un poco el entorno de la casa de la mamá Cuentacuentos para poner las cosas en contexto. Voy a tratar de explicarlo bien porque es necesario imaginar el escenario para entender lo que pasó esa noche marcada por la niebla.

Es una casita pequeña. Desde la puerta lo que se ve realmente es un trozo del camino y detrás de él una pared de piedra recubierta de flores, un laurel de cuatro metros de altura y plantas.

Por la forma montañosa del terreno, no se puede ver quién llega hasta que no lo tienes relativamente cerca.

Por esas casualidades de la vida, en la fachada de la casa había una farola intermitente. De vez en cuando se apagaba y dejaba todo a oscuras, la noche solo quedaba iluminada por la luz que salía de las ventanas.
Y por esas mismas casualidades de la vida… el hermano de la Cuentista y su mujer Sonia tienen perro: Gus.

En zona de montaña sacar al perro solo requiere abrir la puerta, que el perro salga y esperar en el umbral a que vuelva tranquilamente de su paseo.

Una vez descrito todo esto… nos vamos a la noche en cuestión. Una preciosa y blanca niebla cubría el valle y los robles esa noche. Sonia decidió sacar a Gus y por algún extraño motivo el perro no quería alejarse de la casa.

A los pocos minutos Gus empezó a gruñir asustado, mirando hacia la curva del camino, con el cuerpo en tensión, en ese momento, un sonido de pasos y arrastre llegó a Sonia desde la izquierda. El gruñido de Gus, la niebla rodeando todo y el sonido de pasos hizo que todo el vello del cuerpo se le erizara.

De repente una silueta empezó a formarse desde la curva, una sombra oscura y compacta de paso renqueante. Sonia, con el miedo en el cuerpo, pudo apreciar que la figura llevaba una guadaña sobre el hombro y tiraba de una cuerda y sintió que la parca había llegado. La muerte estaba delante de la casa y venía a por ella. Y en ese preciso instante la farola se apagó.

No quiero imaginar la cara que debió poner.

Cada vez que Kiko intenta describir la expresión de Sonia pensando que era “el señor muerte” acercándose para llevarla a otros mundos, siempre se troncha de risa y no puede explicar bien la cara de absoluto terror de Sonia.

Años después se sigue recordando el episodio por la zona. Con el tiempo la historia se ha convertido en leyenda, la leyenda en mito y se sigue relatando delante de la chimenea. Y por supuesto Kiko sigue doblándose de la risa al recordar la cara de Sonia.


Y la receta de hoy tiene su propia historia, porque en uno de esos viajes conocimos un restaurante al que seguimos yendo bastante en Vega de Pas. La primera vez que probamos su tarta de queso nos enamoró inmediatamente.

Una tarde, después de comer, nos sentamos en una terracita en la plaza a tomar un café. Caía la noche y recuerdo perfectamente un comentario de Sonia (la parca no se la llevó): Solo por ésta tarta ya merecería la pena vivir aquí.

Unos años después eso se convirtió en realidad y unos años "más después" aquí tenéis la receta de la tarta, cortesía de Sonia (ya sabéis... la de la parca).

Y hoy es el cumpleaños de Sonia y si al levantarme de la cama miro al otro lado del pasillo puedo verla. Tengo la inmensa suerte de tenerla en casa conmigo hoy... de poder celebrarlo juntos, sin tener que tirar de teléfono.

Mi cuento de hoy es para ti chivilla. FELICIDADES.


De la despensa:
Para la base:

1/2 paquete de galletas tipo Digestive.
80 gr. de mantequilla a temperatura ambiente.
Para la tarta:

400 gr. de leche condensada.
250 gr. de queso Philadelphia. 
Zumo de dos limones.
Mermelada de fresas. 

Manos a la obra:
1. Deshacer las galletas con los dedos o machacadas con el mazo del mortero.
2. Mezclar las galletas con la mantequilla y colocarlas en un molde de base desmontable de 26-28 cm de diámetro. (O lo que tengáis que os pueda servir, yo pongo lo "políticamente correcto".
3. Batir el queso con la leche condensada utilizando el brazo de la batidora de toda la vida.
4. Añadir el zumo de los limones para que la mezcla se espese. Es inmediato. 
5. Verter la mezcla sobre la base de galletas que tenemos en el molde y guardar en el frigorífico. Necesita como mínimo un par de horas.
6. Una vez cuajada, echar la mermelada por encima.


Moraleja: Aunque en esta foto usé mermelada, en la del principio de la entrada puse mi coulis porque es como más nos gusta, el pequeño Minichef enloquece con él.

Y colorín, colorado... ésta receta se ha acabado.



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