Hoy cierro el primer ciclo de "Cuentos de sal y pimienta"... Lo que con patatas empieza, con patatas acaba.
Y lo hago con un broche de oro. La receta de los dos hermanos Cuentistas, su comida favorita desde la niñez, las patatas con pollo de los sábados.
Me he pensado mucho poner esta receta porque es de familia, de nuestra casa, una receta sencilla y barata que nos ha acompañado a lo largo de nuestra vida y que sigue guardando el alma de mi madre y a su vez de la suya.
Estas patatas son a los hermanos Cuentistas lo que las "patatas en to crudo" son a la madre Cuentacuentos.
Cedo la palabra a mi hermano, mi almohada... La persona que durante toda mi vida se ha tragado mis lágrimas, me ha protegido de los miedos y ha permanecido callado acariciando mi cara por las noches cuando lo he necesitado.
No se me ocurre mejor broche, un cuento del otro Cuentista, una receta sencilla de familia preparada por él para mí.
La foto está hecha por mí, pero el encuadre y el enfoque son de Pablo (Chivillo... siento que no lleve marca de agua ni marco... ha muerto mi Photoshop) y lleva trozos de nuestra niñez y de los "indispensables": Nuestros libros favoritos, un vaso de coca cola y un buen trozo de pan.
Os dejo con el otro Cuentista. Nos vemos en otoño....
Me temo que no hay un cuento concreto asociado a esta
receta, salvo que llevo comiéndola desde que tengo uso de razón (por favor,
obviad el chiste fácil). Naturalmente, se han acumulado anécdotas a su
alrededor, algunas relacionadas con la señora cuentista, otras con mi madre y
ahora con Sonia y Laura. Voy a contaros algunas lo más brevemente posible:
Con la cuentista: mi hermana es casi 5 años mayor que
yo y con un carácter mucho más cabra loca, yo siempre he sido más prudente y
tranquilo, más moderado. Cuando éramos pequeños, no siempre teníamos en la mesa
bebidas gaseosas como ahora, así que cuando mi madre nos las ponía en la mesa
era bastante especial. A mí me gustaba condurar (palabra muy usada por mi
madre) la bebida hasta el final de la comida y acabármela con un trago largo.
Cabra Loca Cuentista no hacía eso, pero se aprovechaba de su mayor conocimiento
de la vida para decirme “¿Hacemos un carrera a ver quién se acaba la bebida
antes?” Yo picaba como un pardillo una y otra vez y me la bebía, mientras ella
se dejaba un buen sorbo para el final, haciendo que bebía pero sin beber, y yo
me terminaba la comida sin nada de nada de bebida. Asocio este bonito gesto a
esta comida, aunque creo que lo hacía cada vez que teníamos refrescos en la
mesa. A pesar de esto, mi hermana es una de las personitas que más quiero en
este mundo.
Con nuestra madre: mi madre cocina muy bien, pero
supongo que después de tantos años cocinando y repitiendo recetas, a todos nos
apetece innovar. A ella no se le ocurrió otra cosa que profanar este sagrado
plato añadiendo por sorpresa nuez moscada. Creo que mis gritos todavía resuenan
a la altura de Saturno. Mi madre tiene estas cosas, recuerdo que antes me
cortaba ella el pelo y, teniendo yo alrededor de 20 años y el pelo largo (a los
lados de la cabeza sobre todo), le dije que me cortara las puntas y le puse un
dedo en PARALELO al suelo como referencia. Pues bien, ella decidió poner el
dedo en PERPENDICULAR al suelo y cortar lo que le vino en gana. Esta vez, en
vez de gritar le pegué un cariñoso pisotón en el pie. A pesar de esto, mi madre
es la mejor madre que existe y una de las personitas que más quiero en este
mundo.
Con mi madre y Cabra Loca cuentista: nuevamente,
aprovechándose de mi inocencia infantil, y con el único objetivo de que fuera
yo quien realizara el trabajo, me decían que yo preparaba muy bien el machacado
de ajo y perejil, para inflamar mi orgullo y que siguiera haciéndolo. Y sigo
queriéndolas, a pesar de esto.
Con mi mujer, Sonia: lamento decir que a ella no le
gusta nada este guiso, lo que da más mérito al hecho de que consiga prepararlo
un mínimo de 3 veces al mes. Durante un tiempo, a ella le preparaba arroz con
pollo, dado que el guiso es el mismo, pero eso ya pasó y la pobre tiene que
tragar con mi comida favorita varias veces al mes. A pesar de esto, Sonia
todavía me quiere y, gracias a esto y otras muchas cosas, yo también a ella.
Con Laura: sencillamente, mi niña es la persona más
agradecida del mundo para el que cocine ese día en casa, le encanta comer y
siempre le gusta lo que le hacemos y no deja nada en el plato. Es la persona
que más quiero del universo.
Ingredientes:
(para 3 comensales)
Ver fotografías para referencias (medida estándar boli Bic)
sobre los tamaños.
3 ó 4 patatas dependiendo del tamaño.
1 diente de ajo.
1 pimiento verde.
1 cebolla o cebolleta.
Media pechuga de pollo.
Aceite de oliva virgen extra.
60 ml de vino blanco para cocinar (sustituible por la misma
cantidad de cerveza).
Colorante alimentario.
Manos a la obra:
1.
Cortar la pechuga de pollo en trozos. Si fueran
dados, serían de unos 2 centímetros de lado para que os hagáis una idea.
2.
Picar la cebolla y el pimiento en Brunoise. :-D
3.
Cubrir de aceite el fondo de la olla que vayáis
a utilizar y poner a calentar. Ojo que el aceite se reparte solito, no os
paséis con la cantidad. Con el aceite caliente, echar el pollo para dorarlo. Yo
suelo poner el fuego al 7 (en una escala de 0 a 9) en este punto, es decir, al
echar el pollo.
4.
Cuando el pollo esté dorado (que no hecho por
dentro, luego se cocerá), añadiremos el pimiento y la cebolla y bajamos el
fuego al 6. Dejaremos que la verdura se cocine (se poche) poniendo sal al
gusto.
5.
Aprovecharemos este momento para preparar en un
mortero un machacado con el ajo y un poco de perejil picado. La cantidad de
perejil es difícil de medir, yo uso del que venden seco en los tarros de las
especias y suelo poner tres “golpes” del botecito. No puedo ser más preciso en
esto. Una vez listo el machacado, añadimos el vino blanco y reservamos el
conjunto.
6.
También os debe dar tiempo a pelar las patatas
en este rato de pochado de verduras. Si no lo tenéis claro, pelarlas tras el
punto 2.
7.
Cuando la verdura este tierna (yo incluso espero
a que empiece a tostarse)
añadimos el machacado que teníamos reservado en el mortero.
8.
Troceamos las patatas directamente dentro de la
olla en la que estamos cocinando, en trozos de un centímetro y medio aproximado
y siguiendo la técnica de que justo cuando vamos a finalizar el corte de un
trozo, lo arrancamos en vez de cortar hasta el final. Según parece, esto hace
que por la parte arrancada la patata suelte más almidón en la cocción y se
espese el caldo y, además, absorbe mejor el agua y se cuece mejor.
9.
Una vez troceada la patata y tras comprobar que
se ha evaporado la mayor parte del alcohol del vino (comprobación visual, me
temo), añadimos agua hasta cubrir las patatas. Subimos el fuego al 9 y añadimos
el colorante alimentario hasta que el guiso coja un tono amarillo anaranjado.
10.
Cuando el caldo empiece a hervir, bajamos el
fuego al 5.5 o 6 y tapamos dejando una rendija para que “respire”. Dejamos
cocer 30 minutos.
11.
Probamos el punto de sal y nos aseguramos que la
patata esté tierna.
12.
Servimos en plato hondo.
Es un guiso caliente, aunque yo lo coma todo el año, os
recomiendo prepararlo un día fresquito.
Y ahora ya podéis hacer sangre con mis explicaciones, no
esperaría menos de cuentistas, Maléficas, novatos, esposas y demás especímenes
que rondan el blog.