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Érase una vez... Costillar de cerdo al horno.


Reabro “Cuentos de sal y pimienta” después de las vacaciones de verano con la otra parte de la madre Cuentacuentos.

Érase una vez un padre que se iba a trabajar por las noches y dejaba a sus dos hijitos acostados en su cama… deseando escuchar los cuentos de su mamá mientras se dormían.

Y es imposible hablar del marido Cuentacuentos y pasar por alto su pueblo y las historias que salen de ahí, toda mi niñez está unida a esas calles porque he pasado muchos veranos “a la verano azul”  en él.

EL PRIMER CUENTO

Érase una vez un niño que nació y vivió los primeros años de su vida en un pueblo muy pequeñito de Toledo.

Cuenta la leyenda que el nombre del pueblo se debe a un moro que vivió por aquellos lares y tenía por nombre Alejo.
Las Navas del moro Alejo y la manía que tenemos en Toledo de acortar las sílabas hicieron que “Las navas del moro Alejo” se convirtiera con el paso del tiempo en Navalmoralejo.

El pueblo está metido entre los montes de Toledo, rodeado de enormes rocas, aunque ahora con el paso de los años las rocas han disminuido de tamaño, o tal vez sea yo y mi perspectiva del mundo lo que ha cambiado…

Para llegar al pueblo tienes que abandonar la carretera comarcal y coger una carretera de un solo carril para ambos sentidos, que se comparte con los que pasean, con algún perro merodeador y que está rodeada de huertas, olivos, chumberas, algún viñedo… 

Un paraje peculiar con puente romano incluído.

Y con tomillo.

Cuando paseas por los alrededores del pueblo, puedes ver que el campo es un mercado de hierbas aromáticas, hay muchísimas plantas de hinojo, romero y tanto tomillo y orégano que si paseas con pantalones largos, al volver a casa, los bajos huelen a tomillo y macarrones. 

Cuando mi padre era niño dejó el colegio para trabajar de pastor, cuidando las ovejas del señorito, igual que hacían sus padres. Muchas noches tocaba dormir en el campo. Con buen tiempo y con mal tiempo. 

Las noches a la intemperie y las penurias infantiles han pasado muchas facturas a la espalda de mi padre, pero hoy quiero quedarme con algo bonito: 

Me quedo con el pequeño pastor  durmiendo bajo un cielo lleno de estrellas, porque el cielo nocturno del pueblo es absolutamente increíble. Jamás de los jamases he visto tantas estrellas, ni tan cerca. Es absolutamente maravilloso. Creo que si eres lo suficientemente alto... puedes tocar la Vía Láctea.


Y bajo ese cielo dormía el pequeño pastor, rodeado de los ingredientes que vamos a utilizar para aromatizar esta receta hecha con su pieza de carne favorita: El tomillo y el romero.

De la despensa:



(para 4 personajes)
Costillar de cerdo (entre kilo y medio y dos kilos).
4 dientes de ajo.
10 bolitas de pimienta negra.
1/2 cucharadita de tomillo seco.
1/2 cucharadita de romero seco.
40 ml. de aceite.
Sal gorda al gusto.

Manos a la obra:
1. En un mortero machacar los dientes de ajo pelados, junto con la sal gorda y la pimienta.
2. Echar en un bote de cristal con tapa el machacado del mortero y añadir las hierbas aromáticas y el aceite. Agitar para que emulsione.
3. Colocar el costillar en una fuente para horno (o directamente en la bandeja, LUEGO HAY QUE LIMPIAR MÁS) y untar todo el costillar con la mezcla. Dejarlo media hora con el "ungüento", para que se adobe un poco la carne y coja el sabor de las especias.
4. Precalentar el horno a 190º. Calor arriba y abajo.
5. Meter la bandeja con la carne en el horno y dejar 35-40 minutos.
6. Dar la vuelta a la carne y dejar otros 35-40 minutos.

Comprobar si está bien cocinada, dependerá mucho del horno que uséis y del tamaño del costillar, conviene que quede jugosa por dentro. Si es necesario dejarla 10 minutos más.

A disfrutar de este costillar a la salud de ese pequeño pastor.

Y colorín, colorado... esta receta se ha acabado.

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