Bueno… puede
parecer que unas patatas fritas no necesitan receta y que no son merecedoras de
un cuento. Puede parecer que no tienen nada de especial.
Os equivocáis.
Érase una vez una
joven Cuentista, que vivía en la tranquilidad de su Reino. La muy ilusa estaba
convencida de que jamás tendría hijos porque su instinto maternal era
completamente nulo, estaba atrofiado.
Tenía un dicho: Me
considero una persona feliz y afortunada en la vida y aun así sufro y paso
penas. No quiero tener un peque y que en el mejor de los casos y siendo tan
afortunado como yo, tenga que pasar dolores, desamores y los sufrimientos
inevitables que conlleva vivir… Hay que ser muy responsable y educar a un hijo
es complicadísimo.
Era tan
responsable y madura que se creía sus
palabras. Se sentía en posesión de la verdad.
Pero transcurrieron
los años, muchos años que trajeron grandes cambios… el mayor de todos ellos fue
que un día Ismael llegó a su Reino.
Y desde entonces su
vida se convirtió en VIDA.
A partir de ese
momento su nombre dejó de ser Delia,
pasó a llamarse mamá la mayor parte del tiempo. Y comprendió que durante muchos
años había estado equivocada, porque tener y educar un hijo es muy complicado
pero te llena como nada más puede hacerlo.
Mi pequeño cumple
hoy siete alegres años, es pura vitalidad y energía desde que se levanta hasta
que se duerme después de escuchar un cuento de su madre Cuentista. Sus cuentos
favoritos según sus propias palabras son:
los de “la cabeza de mi mamá” o los de “la cabeza de la abuela Cuentacuentos”.
Si en algún momento
he conseguido haceros reír con el blog o he conseguido rozar vuestro corazón
con un cuento es por ese pequeño Minichef, porque gracias a él existe “Cuentos
de sal y pimienta”.
El blog de cocina estaba en mi mente, era el segundo que
iba a abrir y no quería que pasara lo mismo que con el
anterior… me apetecía que fuera algo más que escribir recetas.
Buscaba una fórmula
distinta, algo que me llevara a compartir trozos de la vida con los demás y un día me dijo:
- Mami... ¿Quieres que te cuente el cuento que me ha enseñado la abuela?
- Claro mi amor ¿Qué cuento te ha enseñado?
- ¿Quieres que te cuente un cuento de sal y pimiento?
Cogí mi teléfono,
abrí una nota que titulé BLOG DE COCINA
y escribí: “Cuentos de sal y pimienta” y supe que iba a
escribir lo que mi hermano bautizó un día con el nombre de “Rececuentos”
Debajo escribí
decenas de nombres más, pero no sirvió de nada… Ismael me dio mi VIDA y creó un
espacio para que siguiera siendo Delia.
Las patatas que os traigo son muy especiales, lleva su tiempo prepararlas y puedo decir sin lugar a dudas que cuando se clavan los dientes y se oye el megacrujido... os parecerá que se merecen cada minuto invertido.
La receta es del que seguramente sea mi cocinero favorito: Heston Blumenthal y llevan tres cocciones distintas: Primero se cuecen, luego se fríen en aceite a 130º y por último a 180º.
Ingredientes:
Patatas.
Sal.
Agua.
Aceite de girasol.
Manos a la obra:
1. Pelar y cortar las patatas (no demasiado finas).
2. Meter 15 minutos las patatas en agua para que suelten el exceso de almidón.
3. Cocer las patatas en agua partiendo de agua fría. Cuando rompa a hervir, bajar la temperatura a fuego medio y dejar 20 minutos. Escurrir.
4. Meter las patatas en el congelador un mínimo de una hora.
5. Echar aceite en una sartén y freírlas durante 5 minutos a 130º. Con esta fritura moderada se forma la corteza pero la patata no se dora. Sacar las patatas.
6. Subir la temperatura del aceite a 180º y freír hasta que se doren. Echar sal y a disfrutar.
Moraleja: Sí, lo sé... tanta historia para preparar unas patatas fritas no está en vuestra mente. Yo pensaba lo mismo hasta que las probé.
Realmente no se tarda tanto tiempo, lo peor es la espera de congelado, podéis hacer una cantidad grande y dejarlas en el congelador para tirar de ellas cuando las queráis, os aseguro que jamás me he comido una patata frita más deliciosa.
Podéis preparar un corte de patatas extragrueso y ponerlas de guarnición con una carne, quedaréis como reyes, la patata queda cocida por dentro y muy crujiente y dorada por fuera.
El tema de las temperaturas... yo soy de las que tienen termómetro de cocina, pero una freidora os facilita la tarea. Si no tenéis ninguna de las dos cosas el "ojometro" también funciona.
180º es más o menos la temperatura con la que solemos freír y 130º es caliente pero sin burbujear (me vais a linchar con esta receta... lo veo venir).