Un dolor de rodilla me llevó a la consulta de Yolanda y Marta, un par de fisioterapeutas maravillosas, de las vocacionales, de las que intentan ayudar y solucionar el problema con todos los medios a su alcance y si no están a su alcance se estiran mucho para alcanzarlos. La fisioterapia y su consulta me llevaron a ésta receta. Todas las mañanas mientras Yolanda nos arreglaba los desperfectos (los que están dentro de su ámbito profesional, hay algunos imposibles de apañar…) los pacientes nos dedicamos a charlar sobre cualquier tema y ¡¡cómo no!! salió el tema del blog con Rosario. Por ella me lancé a abrir el blog, llevaba mucho tiempo preparando recetas, borradores y fotos, pero nunca terminaba de decidirme. Rosi se convirtió en el cuarto miembro de “Cuentos de sal y pimienta” y para que ella pudiera entrar puse en marcha el “¿Quieres ser cuentista?” Una vez puesto eso no me quedó más remedio que colgar la primera receta. Una mañana de la última semana de febrero me pidió ...
Érase una vez... Una madre que siempre echaba la cantidad correcta de sal en la comida y contaba cuentos maravillosos a sus hijos por la noche. Al anochecer cuando el padre se iba a trabajar, acostaba a sus dos hijitos con ella, uno a cada lado mientras decía: “¿Queréis que os cuente un cuento de sal y pimiento?” Muchísimos años después me gustaría mezclar esos ingredientes y compartir con vosotros el gusto por la cocina y los cuentos de la vida.