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Érase una vez... un cucurucho de castañas.


Érase una vez una Cuentista que no sabía qué hacer.

Un día como hoy, otro 17 de octubre de hace unos cuantos años, nació una niña morena de grandes ojos negros. 

Es viernes, no toca receta... pero no es un día cualquiera en mi mundo de cuentos. 

Hoy es el cumpleaños de la madre Cuentacuentos y llevo días pensando en poner una receta (aunque no toque), una de sus películas favoritas, o una entrada normal de viernes sobre cocina, la posibilidad que más fuerza tenía ayer era la de no poner nada. 

Y al final ha ganado un sentimiento.

Voy a compartir con todos vosotros unas castañas asadas, mejor dicho... el sentimiento que provocan en la Cuentista el olor de las castañas asadas.

Érase una vez una Cuentista que vivía en un mundo de cuentos. Un buen día, con el otoño, llegó a su reino un pequeño precioso, de sonrisa gamberra y ojos expresivos.
El otoño siempre fue su estación del año favorita, cuando llega el viento soplando fuerte, agitando las hojas de los árboles hasta hacerlas caer.

…Y pisarlas... pisar esa hoja seca y hacerla crujir es uno de sus placeres secretos. Aunque os contaré algo: si la hoja no cruje se enrabieta un poco...

Con el otoño llegan las castañas. Con las castañas, llegan los puestos ambulantes en los que puedes comprar un cucurucho de periódico con una docena de ellas que te calientan las manos. Un pequeño cucurucho de papel consigue que las penas pesen menos... o las alegrías más... 

Y ahí va el sentimiento que quiero enviar hoy a esa morena de grandes ojos negros: La primera vez que salí a la calle, tras nacer el pequeño de la casa, acababa de entrar el otoño. Recorrí mi calle orgullosa del regalo que llevaba conmigo y al llegar a la plaza olí las primeras castañas asadas del año. 

Desde ese día... cada otoño... la primera vez que huelo las castañas asadas un pequeño latido me recuerda que su nieto trajo ese olor con él.

Felicidades mamá.


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