La
receta de hoy tiene dos ingredientes principales: El secreto ibérico y los
dátiles. Y dos personajes también.
En
un lejano pueblo cordobés vive un chico llamado Pedro, un óptico que lleva
media vida en nuestras vidas. Pedro debe ser el nombre más repetido en la
agenda de la Cuentista,
por lo que el Pedro de este cuento es conocido como Pedrote.
En
otro pueblo muy lejano alicantino vive un chico llamado Ángel, un óptico que
lleva medio día en mi vida, pero parece que lleva toda la vida. Ángel debe ser
el nombre menos repetido en la agenda de la Cuentista . Él se empeña
en llamarse Gelete y me niego a que sea conocido así.
Pedrote
viene de una familia de carniceros extremeña. La morcilla más deliciosa que he
probado en mi vida ha salido de su casa y del jamón no pienso hacer comentarios
porque me duele la vida saber que ya no lo hacen.
Ángel
viene de una familia materna de panaderos granadina. Nunca he probado su pan
porque hace años dejaron el maravilloso mundo de la harina, para dedicarse a
otros menesteres menos harinosos y mucho más artísticos.
Hace
unos cuantos años la familia de la
Cuentista fue a pasar unos días al pueblo en el que viven Pedrote y parte de los suyos. Prepararon una comida familiar en el campo. Ese día la Cuentista aprendió dos
cosas: A preparar salmorejo cordobés y no uno cualquiera, nooooo. El de la madre de Ana, una maravilla que no consigo igualar y no será porque no hago intentos... y lo que era el secreto ibérico.
Hoy
día todos sabemos lo que es el secreto porque se puso de moda hace pocos años y
ahora se puede encontrar muy fácilmente, pero en su momento no era común y para
encontrarlo había que encargarlo al carnicero, eso si tenías la suerte de
encontrar uno de confianza y con ganas de molestarse en buscar. La Cuentista se encontró
con varios que no sabían lo que era.
Pedrote
nos explicó en qué parte del cerdo se encuentra el secreto y cómo había que cocinarlo
por la grasa, el tipo de carne y el sentido del corte. Perdóname por ésta
receta Pedrote, no he respetado tus consejos en ésta ocasión. La receta me exige salsa...
Nos
encantó. Y quiero que conste que el salmorejo pasará por aquí dentro de poco...
En
la casa del campo, rodeados de nuestra segunda familia (aunque no existan lazos
de sangre), en la gran terraza al aire libre, respirando el silencio de los
olivares… el fresco salmorejo y el jugosísimo secreto ibérico. Una comida
inolvidable, de las que te guardas en el bolsillo para siempre.
Hace
unos cuantos meses, hablando de comida y bicicletas, Ángel comentó con la Cuentista que Elche
está lleno de palmeras, hay tantas que cuando vas por la acera paseando y es
época, vas pisando sobre una alfombra de dátiles. Ángel es un enfermo compulsivo de
pedalear y me comentaba que con la bici pasaba por encima de ellos.
Siempre
me han gustado los dátiles, bueno… lo que yo conocía como dátiles. Mi
perspectiva ha cambiado…. En mi absoluta ignorancia jamás había probado los
dátiles frescos. El sabor, la textura y el olor es increíble y absolutamente diferente. Siempre había pensado que se comen como los venden en los
supermercados, unos más dulces porque llevan azúcar en el proceso de conservación y otros secos o deshidratados.
Como curiosidad os diré que en toda Europa EL ÚNICO sitio donde es posible encontrar dátiles frescos es en Elche, porque allí se conserva un palmeral desde hace 1.300 años (hoy día es Patrimonio de la Humanidad).
Como curiosidad os diré que en toda Europa EL ÚNICO sitio donde es posible encontrar dátiles frescos es en Elche, porque allí se conserva un palmeral desde hace 1.300 años (hoy día es Patrimonio de la Humanidad).
Ángel
vino a Cantabria hace unos meses y trajo una cestita de dátiles frescos medjoul
para mis padres y otra para la Cuentista. Me
gustaron tanto que quise meterlos en alguna receta que terminó siendo la que os
traigo hoy.
Encargué
al susodicho que me enviara otro paquete por mensajería para poder hacerla y cuando
me preguntó que qué tal iba la receta… tuve que reconocer que me los había
comido todos sin llegar a preparar el plato. Por lo que no quedó más remedio
que enviar otro paquete más… Estoy tratando de desengancharme de ellos. Creo
que al final tendré que visitar alguna clínica especializada.
La
receta de hoy es la suma de todo. En casa nos gustó muchísimo la mezcla de
sabores dulces, salados y cítricos.
Por supuesto he probado a hacer la receta con dátiles "normales de supermercado" y sale perfecta. Si a mi hermano le costó encontrar cilantro para el guacamole, no quiero pensar lo que podría ocurrir si tiene que buscar dátiles frescos, lo mismo entra en un bucle de desasosiego espiritual y no conseguimos sacarlo de él.
300 gr. de secreto ibérico.
1 cebolla no muy grande.
2 zanahorias.
Zumo de una naranja.
8 dátiles.
1 vasito de vino (a ser posible de Jerez).
Aceite.
Sal.
Manos a la obra:
1. Cortar el secreto en dados, salar y sellarlo con un par de cucharadas de aceite. Reservar.
2. Pochar en una cazuela las verduras cortadas en trocitos pequeños con un poquito de sal.
3. Cuando todo esté pochadito, añadimos el secreto que teníamos reservado, el zumo de naranja, los dátiles (deshuesados y cortados en dos o tres trozos) y el vasito de vino.
4. Esperamos a que evapore el alcohol, tapamos la cazuela y cuando rompa a hervir, bajamos a fuego medio/bajo durante unos 20 minutos.
5. Sacamos los trozos de secreto y batimos todo lo que queda en la cazuela para que quede una salsa fina.
6. A disfrutar....
Moraleja: Una vez preparada y batida la salsa tenemos dos opciones:
1. Colocar el secreto en una fuente y salsear por encima....
2. Volver a echar el secreto a la cazuela y dejarlo para otro momento. Se puede calentar sin problema y queda perfecto... Si elegimos ésta opción, se puede colocar una ramita de romero sobre la carne y dejarlo así para aromatizar el plato. El romero queda perfecto.
Y colorín, colorado... ésta receta se ha acabado.